martes, 7 de mayo de 2013

Dí vagar.

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Podría partir desde el principio, enumerar las situaciones de manera cronológica, ordenar los acontecimientos en torno a una idea, o trazar con antorchas la vuelta a casa, para poder así esbozar de manera correcta los relatos, el porque acometieron terremotos, siniestros virulentos. 
Podría empezar desde la zona cero, desde el germen de la infección, el motivo del efecto patrocinado por la causa, pero desde el final, el culmen, la catarsis, se encuentra el punto mismo del horizonte de sucesos. 
Se requieren ciertos métodos arcaicos para las metas, se requisan con urgencia moscas volando alrededor del potrillo degollado, se requieren resacas pesadas, mañanas y anocheceres seguidos, semanas y años bañados por el mar sobre la arena. Para seguir estos pasos no se requiere experticia alguna, no se requieren cartones universitarios, ni ecuaciones complejas. Pero en ciertas ocasiones, lograr ciertos conjuros, se consigue con ciertas formulas y memorias, con ciertos manuales caseros, volviendo a vidas pacificas sin grandes excitaciones, sin alteración, con mínimas circunstancias pueriles, violaciones mentales, senos transpirados, y vistazos nerviosos, siendo ramificaciones sínicas por doquier, siendo despojo de un punto viejo, de un futuro no muy lejano al caos. Permaneciendo en vacaciones infinitas de pavor, en ausencias incompletas de cordura y puestas de sol. En copas, espadas, monedas, en reyes y alfiles desfilando sobre la última estación, sobre el ultimo rincón de esta existencia.

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