jueves, 25 de noviembre de 2010

Azares.

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Sonaran diez campanas antes de escuchar el rugir del pelotón de fusilamiento, mañana todos agacharan la cabeza y fingirán normalidad en este juego absurdo de zurcir los labios. Cuando me halle frente al muro testigo de la hora infame, esbozare el momento en que mi mente quiso olvidarlo, como para evocar el instante del ultimo suspiro, y entre el olor a fierro húmedo encontrarle una razón, un mensaje en la pólvora, un jeroglífico bajo el gatillo, creeré por un día en el de arriba y después de tantas herejías rogare para que no sean mis hermanos quienes juzguen. Para no recibir su castigo me ocultare tras cada esquina, temeré morir al alba mientras juego a la ruleta, pero de todos modos caminare por la ciudad de las torres de reloj, sumergiré mi cara en el pozo de suciedad y en ella encontrare mi cara oculta, mi as bajo la manga, la adoptare como a un hijo aunque se me seque el corazón. Arrojare los dados a la calle, sin rumbo fijo caminare como un vagabundo en una noche fría, encontrare el final en una de las esquinas en que me escondo, en los cimientos de aquel telón que escribe mi epitafio.

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