jueves, 23 de diciembre de 2010

Distopía .

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Me arroje al pozo en su nombre,
a través de la ventana evapore,
fluí como sangre en el piso,
y aparecí en la voz de los cadáveres,
fui el pésame dominical del creyente,
el indocumentado rol de los placeres.

Y me vi así, tan solo, tan perdido,
sentí vulneradas mis manos,
burlados mis pies,
macerados mi cuello y mi torso,
carcomidas las ansias,
mis propias entrañas,
y de este humo,
vapor de fantasma y mito,
no conocí mas que desastre.

Por eso tuve que resucitarme,
solo para morir nuevamente,
y puse cada uno de mis dedos,
dentro de cada viejo trasto,
en cada ojo ajeno,
y en todo vulgar artefacto,
para ungir la enfermedad en sus pieles,
para limpiarme de este mal,
de este atisbo de bienes.

Pero la expiación de mi cuerpo no fue,
sino que excusa suficiente, no fue,
mas que merienda aplacando el hambre,
ni hombro de llantos,
ni de trajes de baile,
solo frases,
solo disparates sin rumbo,
sin madre, sin padre,
sin tierra, ni perro que les ladre.

Y los horrores del porvenir
se acercaban tras la sombra,
acostumbrados,
a clavarse en este cuello incauto,
atormentados,
por el ansia de roer el brillo,
ensimismados,
en la vieja tarea de romper las risas.

Minuciosamente volqué en abismo,
con cualidad de sombra,
y escondido entre las butacas,
en el sentido del roce de estas faldas,
no halle mas que meras distopías,
solo esta insulsa cadencia
repleta de horas vacías.

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