jueves, 16 de diciembre de 2010

Antü Ülkantun.

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Me halle en la mañana pensando en el sol,
ya no sembraba sus cantos por la noche,
el teléfono esparcía el ruido,
el mi insolente del pentagrama,
la voz insoportable del silencio.
Actué como fuera,
raye en mi mano yo soy tu luna,
sin saber de donde venias,
raye en tu mano tu eres mi sol
la mitad extraviada que no conocía.
A eso de las tres ya había olvidado bastante,
empece con mi nombre,
mi camino, con mi vida,
no había rastro después,
ni de sosiego, ni de humanidad,
ni de espanto.
Ya para las cinco no encontré aroma,
ni nada que me fuera conocido,
el cansancio me recorrió de punta a punta,
y de a poco me fui a perder en el vaso del olvido,
entre el miedo a desaparecer y volver a caer,
sin querer me eche a correr
por esas viejas callejuelas azules,
escapando del calor de averno en mi pecho.
Cada ocho esquinas me detuve,
para pegar un trago de tinto, pisco o ron,
algo que me supiera a tierra, a sangre, o nube.
Al dar la vuelta a la manzana me halle en tu casa,
medio borracho me senté pero no contuve,
y a las afueras de la puerta te observe,
espere y espere,
una vida entera te espere,
mientras esta luna se callaba,
mientras se alejaba,
al igual que la noche,
y las horas en que yo esperaba.
Entre una sensación de calma
se enturbio mi ajetreado pulso,
pose mi cuerpo sobre el pavimento,
pero nada vi, y nada mas sentía.
En el día no había rastro del sueño,
solo aquel astro radiante alumbrando la vida,
solo aquel fulminante destello.

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